Pasaron los días y parecía que el relactador funcionaba. A base de paciencia, de leche que chorrea, bebé en la teta, sonda que se sale, bebé en la teta, bebé en la teta, bebé en la teta... (no, no me he quedado enganchada, es que vivíamos así). Al final la idea era la misma, a mayor succión, mayor producción.
Era el momento de seguir experimentando con los cacharritos. Y le tocó el turno al sacaleches.
Mi relación con él habia empezado mucho antes, casi al principio. A escondidas de las enfermeras, como si de algo prohibido se tratase, decidí usarlo la tercera noche de hospital. Ellas insistían una y otra vez en que el estómago del bebé era muy chiquitín, y que con sólo unas gotas era suficiente.
Pues no.
No para mi bebé.
Así que viendo que el peso iba descendiendo me recomendaron suplementarle con 10 ml de leche artificial después de cada toma. ¿Tomas? ¿Realmente Mar hacía tomas? Señoras, si se pasaba la mitad del dia llorando, y el resto durmiendo... ¿en qué momento se producían las tomas? Pues yo solita decidí que podia intentar estimularme para favorecer aquella subida de leche.
Así que esperé a que cayera la noche y dejasen de aparecer por la habitación. Puse el sillón de espaldas a la puerta y encendí el sacaleches. Pero nada.
Nada de nada.
De allí no salió nada hasta pasado un buen rato. Pero de repente vi esas gotitas amarillas de las que tanto había oído hablar: el calostro. Y las amé. Sabía que aquél oro líquido era una buena señal. Señal de que todo seguiría su curso...(¡qué equivocada estaba!) y cuando conseguí 5 mililitros se lo ofrecí a mi pequeña en una jeringuilla.
5 mililitros. No tengo claro a que le debió saber aquél chupito dorado. Pero a mí me supo a calma, a que todo iría bien y a que no había de qué preocuparse.
Y éste sólo fue el principio...
Después de ese día volví a estimularme alguna vez más porque seguía sin producirse la subida, pero estaba tan perdida... que no fue hasta recibir las indicaciones de May que tuve claro cómo hacerlo.
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